miércoles, 25 de marzo de 2015

Mi primer día de colegio I

  A pesar de los años, aun lo recuerdo como si fuera ayer. Mi madre me había hecho levantarme muy temprano, yo tenía sueño, mucho sueño; y miedo, también tenía miedo. De eso se había encargado el travieso de mi hermano Daniel, que me había contado que en el colegio se pasaba uno el día castigado, pero claro eso era porque él no paraba de hacer trastadas. Y allí estaba yo con mi coleta rubia y mi babi blanco inmaculado. Aún recuerdo el olor a nuevo de mis cartillas, mis lápices de colores y el olor a plástico nuevo de mi cartera azul con dibujos que mi madrina Lola me había regalado el día anterior.
  Durante el camino hacia el colegio, no intercambié ninguna palabra con nadie, era como si me hubiese comido la lengua un gato,como me decía la gente. Yo sonreía a duras penas, pero no me hacía maldita la gracia eso de dejar los dominios de mi casa para entrar en un terreno extraño y, mucho menos, compartirlo con otros niños ajenos a los mendrugos de mis hermanos. Mi madre me acompañó ese día antes de irse a su trabajo como cocinera en el colegio de mis hermanos, que estaba enfrente del mío.
   En esa época, las niñas estábamos en colegios separados de los niños. Así que me tocó ir sola al colegio, ya que mi hermana Piedad había empezado a ir al Instituto,y entonces no podría vigilarme en el recreo.
   Me recibió una monjita muy simpática, Sor Milagros, que luego nos daría clase de dibujo. Me llevó a mi clase, una habitación blanca con las paredes decoradas con dibujos de personajes de cuentos. Eso me gustó mucho. Mi mesa era de color verde y la silla me quedaba algo grande, o yo era demasiado pequeña. Mi compañera de pupitre,una niña pelirroja muy pecosa,llamada Elisa, no paraba de llorar. Yo no lloraba, pero era porque me daba vergüenza llorar delante de otros niños y que luego se burlaran de mí llamándome mocosa y llorona.
  Vino la directora, Victoria, a nuestra clase a darnos el recibimiento al colegio. Me impresionó mucho aquella mujer delgada como una escoba y con un moño muy estirado como si fuesen a arrancarle la piel. Tenía la cara muy seria, y muy delgada. Me fijé demasiado en sus enormes pies, creo que no le gustó mucho porque me llamó la atención dos veces, diciéndome que no mirase al suelo que era una falta de respeto no prestar atención cuando alguien está hablando. Yo no la miraba a la cara, porque me daba miedo aquella cara huesuda y macilenta que parecía enfadada todo el tiempo. 
   Lo peor del día, fue cuando salimos al recreo. Recuerdo que mi hermana Piedad me había contado que se hacían muchas amigas, que solo bastaba decir como te llamas y ya empezabas a hacer amigas. Bah, yo ya tenía a mi amiga Lidia, la hija del pescadero con quien jugaba todas las tardes. Lo que pasa es que Lidia era unos meses más pequeña que yo y no entraba al colegio hasta el año siguiente, para mí fue un fastidio.
   Así que allí estaba yo, sola ante el peligro, en el recreo dispuesta a entablar amistad con alguna niña de mi edad.

Continuará.