Tras pasar dos meses en la incubadora y sufrir un sin fin de pruebas médicas, por fin una mañana del mes de julio decidieron darme el alta. Mis hermanos esperaban con ilusión mi llegada a casa. Quizás el más inquieto fuese el pequeño Daniel. Acostumbrado a ser el rey de la casa, ahora veía peligrar su trono; así que no paró de hacer trastadas por algún tiempo, con la finalidad de atraer así la atención de mis padres.
Mi tía Elvira, que era profesora y psicóloga,se encontraba ya de vacaciones como el resto de mis hermanos. Este año había cambiado de planes, aplazando su viaje a Grecia para últimos de agosto. Decidió que lo mejor era quedarse algún tiempo en casa para ayudar a mis padres. Y ante la conducta de Daniel optó por poner en práctica sus conocimientos como psicóloga. Cuando hacía alguna trastada, al anochecer le contaba algún cuento en el que el protagonista manifestara un comportamiento similar y su correspondiente moraleja. Al principio, no pareció ser muy efectivo, pero a los pocos días el comportamiento de Daniel mejoró muchísimo.
Mi hermana Piedad, se convirtió en mi sombra. Estaba ilusionada como una niña con su muñeca nueva. Quizás estuviese harta de que la fastidiasen constantemente mis hermanos. Al fin tendría una aliada, aunque ellos eran mayoría y nosotras dos siempre tuviéramos la de perder. Sobre todo en cuanto a ver los programas de televisión, el fútbol sería siempre nuestra cruz.
Mi hermana Piedad, se convirtió en mi sombra. Estaba ilusionada como una niña con su muñeca nueva. Quizás estuviese harta de que la fastidiasen constantemente mis hermanos. Al fin tendría una aliada, aunque ellos eran mayoría y nosotras dos siempre tuviéramos la de perder. Sobre todo en cuanto a ver los programas de televisión, el fútbol sería siempre nuestra cruz.
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