miércoles, 8 de abril de 2015

Mi primer día de colegio II

 Me acerqué a un grupo de niñas que jugaban a la goma elástica.Debían ser de la edad de mi hermano Daniel, pero no me importó mucho. Cuando les dije que me llamaba Alma y que quería jugar se miraron unas a otras y se rieron. Una de ellas, que debía ser la jefa de la pandilla, se acercó a mi cara con aires de matona y me llamó mocosa enana. Y yo que no soportaba que me llamasen mocosa, y mucho menos enana, agarré su larga coleta rubia y le di un tirón, pero ella que era más alta, me propinó un puñetazo en la nariz. 
  Empecé a sangrar por la nariz, y en vez de empezar a llorar, no se me ocurrió otra cosa que propinarle una patada en la espinilla. El grito fue tremendo, y el pequeño corro de niñas aumentó, también aumentó la ira de mi oponente,llorando de rabia embistió contra mí como si fuera un toro bravo. Como en el embiste cerró los ojos para concentrar toda su fuerza contra mí, aproveché el descuido y hábilmente la esquivé. El golpe contra la pared fue épico, y las risas de las demás niñas fue humillante. 
  Iba a acometer la segunda embestida, pero la directora la sujetó por las orejas y frenó el impetú de aquella bestia enfurecida. A mí me hizo lo mismo y, de esa manera, nos llevó hasta su despacho. 
Para mi desgracia, aquel palo de fregona envinagrado descargó toda su ira sobre mí; tanto me impresionó que del miedo me oriné encima. Aquella niña empezó a reírse a carcajadas en mi cara, tanto que acudió sor Milagros que andaba por el pasillo.
   Entró sor Milagros al despacho, para alivio mío, y cuando aquella directora avinagrada iba a dirigirme de nuevo una de sus letanías sobre mi mala educación e imponerme el más severo de los castigos, Sor Milagros terció en mi ayuda.
-Creo que estás siendo muy injusta con Alma-le recriminó Sor Milagros.
-Como directora de este ilustre colegio es mi deber frenar todo tipo de violencia-se justificó recomponiéndose el moño.
-Si quieres evitar estos conatos de peleas debes aplicar y reprender a las dos. Te recuerdo que tu sobrina Amalia empezó la disputa y es tres años mayor que Alma.
  Contrariada, la directora, no tuvo más remedio que reprender a su sobrina y aplicarle el mismo castigo. Aquella niña maleducada empezó a llorar y a patalear. La directora se sonrojó y la llamó a parte, a mí me mandaron de cara a la pared en el pasillo al lado de la puerta del despacho de la directora, luego salió aquella niña y se puso de cara a la pared. Estuvimos así una hora, de cara a la pared y sin hablar. De vez en cuando la veía por el rabillo del ojo mirarme con aire de desprecio. 

miércoles, 25 de marzo de 2015

Mi primer día de colegio I

  A pesar de los años, aun lo recuerdo como si fuera ayer. Mi madre me había hecho levantarme muy temprano, yo tenía sueño, mucho sueño; y miedo, también tenía miedo. De eso se había encargado el travieso de mi hermano Daniel, que me había contado que en el colegio se pasaba uno el día castigado, pero claro eso era porque él no paraba de hacer trastadas. Y allí estaba yo con mi coleta rubia y mi babi blanco inmaculado. Aún recuerdo el olor a nuevo de mis cartillas, mis lápices de colores y el olor a plástico nuevo de mi cartera azul con dibujos que mi madrina Lola me había regalado el día anterior.
  Durante el camino hacia el colegio, no intercambié ninguna palabra con nadie, era como si me hubiese comido la lengua un gato,como me decía la gente. Yo sonreía a duras penas, pero no me hacía maldita la gracia eso de dejar los dominios de mi casa para entrar en un terreno extraño y, mucho menos, compartirlo con otros niños ajenos a los mendrugos de mis hermanos. Mi madre me acompañó ese día antes de irse a su trabajo como cocinera en el colegio de mis hermanos, que estaba enfrente del mío.
   En esa época, las niñas estábamos en colegios separados de los niños. Así que me tocó ir sola al colegio, ya que mi hermana Piedad había empezado a ir al Instituto,y entonces no podría vigilarme en el recreo.
   Me recibió una monjita muy simpática, Sor Milagros, que luego nos daría clase de dibujo. Me llevó a mi clase, una habitación blanca con las paredes decoradas con dibujos de personajes de cuentos. Eso me gustó mucho. Mi mesa era de color verde y la silla me quedaba algo grande, o yo era demasiado pequeña. Mi compañera de pupitre,una niña pelirroja muy pecosa,llamada Elisa, no paraba de llorar. Yo no lloraba, pero era porque me daba vergüenza llorar delante de otros niños y que luego se burlaran de mí llamándome mocosa y llorona.
  Vino la directora, Victoria, a nuestra clase a darnos el recibimiento al colegio. Me impresionó mucho aquella mujer delgada como una escoba y con un moño muy estirado como si fuesen a arrancarle la piel. Tenía la cara muy seria, y muy delgada. Me fijé demasiado en sus enormes pies, creo que no le gustó mucho porque me llamó la atención dos veces, diciéndome que no mirase al suelo que era una falta de respeto no prestar atención cuando alguien está hablando. Yo no la miraba a la cara, porque me daba miedo aquella cara huesuda y macilenta que parecía enfadada todo el tiempo. 
   Lo peor del día, fue cuando salimos al recreo. Recuerdo que mi hermana Piedad me había contado que se hacían muchas amigas, que solo bastaba decir como te llamas y ya empezabas a hacer amigas. Bah, yo ya tenía a mi amiga Lidia, la hija del pescadero con quien jugaba todas las tardes. Lo que pasa es que Lidia era unos meses más pequeña que yo y no entraba al colegio hasta el año siguiente, para mí fue un fastidio.
   Así que allí estaba yo, sola ante el peligro, en el recreo dispuesta a entablar amistad con alguna niña de mi edad.

Continuará.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Mi hermano Juan Carlos

Mi hermano Juan Carlos, que por aquel entonces tenía cinco años, se pasaba la vida desentrañando el misterio de sus juguetes. Era curioso verle en su búsqueda de cómo funcionaba cada aparato, cada juguete. Cada vez que un juguete caía en sus manos terminaba deshecho pieza a pieza. El resto de mis hermanos protestaba al ver sus juguetes deshechos y las piezas esparcidas  por la habitación, mi madre se armaba de paciencia y charlaba seriamente con Juan Carlos. Mi madrina Lola siempre decía que Juan Carlos llegaría muy lejos, quizás fuese un famoso inventor o ingeniero, o quizás un gran mecánico. No iba muy desencaminada, en cuanto a que llegaría lejos, su afán por conocer las interioridades de cada cosa le llevó con los años a ser un buen cirujano, especialista en cardiología. 
   Aún recuerdo una de sus famosas trastadas, cuando llegado el invierno mi madre sacó la famosa estufa eléctrica ante la que mi padre, en sus días de descanso, se sentaba frente a ella para leer su periódico o una de sus novelas policíacas. Los ojos inquietos de Juan Carlos pusieron su objetivo en ella. Aquel alambre enrollado que se encendía llamó su atención.
-Ese alambre está muy torcido mamá-señaló mi hermano.
Mi madre que andaba de un lado para otro sacando y ordenando la ropa de invierno, no prestó mucha atención a lo que decía mi hermano, por lo que no pudo sospechar la idea que se le había pasado por la cabeza al destripa cacharros, como le llamaba mi hermano Alfonso.
 Todo permanecía en silencio, un silencio algo sospechoso. Mi madre seguía a lo suyo y el resto de mis hermanos hacían sus deberes en sus cuartos. Mi hermano Daniel y yo estábamos merendando en casa de mi vecina, mi madrina Lola.
  Al llegar mi padre, Juan Carlos fue el primero en recibirle con gesto orgulloso y algo entre sus manos.
-¡Mira papá!-dijo él orgulloso de su hazaña mostrando la resistencia de la estufa eléctrica-te he arreglado la estufa, este alambre estaba muy torcido y yo lo he enderezado ahora seguro que funciona mejor.
 Mi padre se quedó sin habla. No sabía que hacer si reírse ante la ocurrencia de mi hermano o enfadarse.
-¿Pero hijo que has hecho?-preguntó mi padre con evidente gesto de preocupación. No eramos muy pobres, pero no nos sobraba el dinero para estar comprando cada día estufas.
-Arreglar este alambre que estaba mal, ¿no lo ves papá?-respondió Juan Carlos pensando en que aquello había sido toda una proeza de ingeniería.
-Pero si ese alambre,es una resistencia y es así hijo mío, no estaba mal-contestó mi padre algo más serio. 
 Mi hermano empezó a poner cara de preocupación y empezó a gimotear al darse cuenta de su trastada. 
  Mi padre, cargado de paciencia tomó de la mano a Juan Carlos y se lo llevó a la tienda a comprar otra estufa eléctrica. Allí el dependiente, Antonio-gran amigo de mi padre desde la infancia-le mostró a Juan Carlos varias estufas eléctricas y le explicó cómo era la forma de la resistencia y su función. Mi hermano abría los ojos al mismo tiempo que la boca, y asimilaba su error. Mi padre no le castigó en esa ocasión, solo le advirtió de que solo podía desarmar y arreglar sus juguetes viejos, pero solo los suyos. Desde ese día, Juan Carlos solo se dedicó a seguir escudriñando el misterioso interior de sus juguetes viejos.