Mi hermano Juan Carlos, que por aquel entonces tenía cinco años, se pasaba la vida desentrañando el misterio de sus juguetes. Era curioso verle en su búsqueda de cómo funcionaba cada aparato, cada juguete. Cada vez que un juguete caía en sus manos terminaba deshecho pieza a pieza. El resto de mis hermanos protestaba al ver sus juguetes deshechos y las piezas esparcidas por la habitación, mi madre se armaba de paciencia y charlaba seriamente con Juan Carlos. Mi madrina Lola siempre decía que Juan Carlos llegaría muy lejos, quizás fuese un famoso inventor o ingeniero, o quizás un gran mecánico. No iba muy desencaminada, en cuanto a que llegaría lejos, su afán por conocer las interioridades de cada cosa le llevó con los años a ser un buen cirujano, especialista en cardiología.
Aún recuerdo una de sus famosas trastadas, cuando llegado el invierno mi madre sacó la famosa estufa eléctrica ante la que mi padre, en sus días de descanso, se sentaba frente a ella para leer su periódico o una de sus novelas policíacas. Los ojos inquietos de Juan Carlos pusieron su objetivo en ella. Aquel alambre enrollado que se encendía llamó su atención.
-Ese alambre está muy torcido mamá-señaló mi hermano.
Mi madre que andaba de un lado para otro sacando y ordenando la ropa de invierno, no prestó mucha atención a lo que decía mi hermano, por lo que no pudo sospechar la idea que se le había pasado por la cabeza al destripa cacharros, como le llamaba mi hermano Alfonso.
Todo permanecía en silencio, un silencio algo sospechoso. Mi madre seguía a lo suyo y el resto de mis hermanos hacían sus deberes en sus cuartos. Mi hermano Daniel y yo estábamos merendando en casa de mi vecina, mi madrina Lola.
Al llegar mi padre, Juan Carlos fue el primero en recibirle con gesto orgulloso y algo entre sus manos.
-¡Mira papá!-dijo él orgulloso de su hazaña mostrando la resistencia de la estufa eléctrica-te he arreglado la estufa, este alambre estaba muy torcido y yo lo he enderezado ahora seguro que funciona mejor.
Mi padre se quedó sin habla. No sabía que hacer si reírse ante la ocurrencia de mi hermano o enfadarse.
-¿Pero hijo que has hecho?-preguntó mi padre con evidente gesto de preocupación. No eramos muy pobres, pero no nos sobraba el dinero para estar comprando cada día estufas.
-Arreglar este alambre que estaba mal, ¿no lo ves papá?-respondió Juan Carlos pensando en que aquello había sido toda una proeza de ingeniería.
-Pero si ese alambre,es una resistencia y es así hijo mío, no estaba mal-contestó mi padre algo más serio.
Mi hermano empezó a poner cara de preocupación y empezó a gimotear al darse cuenta de su trastada.
Mi padre, cargado de paciencia tomó de la mano a Juan Carlos y se lo llevó a la tienda a comprar otra estufa eléctrica. Allí el dependiente, Antonio-gran amigo de mi padre desde la infancia-le mostró a Juan Carlos varias estufas eléctricas y le explicó cómo era la forma de la resistencia y su función. Mi hermano abría los ojos al mismo tiempo que la boca, y asimilaba su error. Mi padre no le castigó en esa ocasión, solo le advirtió de que solo podía desarmar y arreglar sus juguetes viejos, pero solo los suyos. Desde ese día, Juan Carlos solo se dedicó a seguir escudriñando el misterioso interior de sus juguetes viejos.
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