viernes, 23 de mayo de 2014

Mi infancia II

A los cinco días de nacer permitieron a mis hermanos visitarme. Un grueso cristal me separaba de seis caritas curiosas. El pequeño Daniel, en brazos de mi padre, no paraba de repetir todo lo que decían los demás. 
-¡Mirad que pequeñita es!-comentó mi hermano Juan Carlos. 
-Pequenita-repetía mi hermano Daniel pegando su dedito lleno de baba al cristal. Ni que decir que el cristal acabó decorado por el pequeño rubito mimoso.
-¿Y tú cómo eres?-le preguntaba mi padre bromeando.
-¡Graaandee!- respondía haciendo pucheros.
Mi hermana Piedad, que ya tenía doce años le explicaba al resto que yo era pequeña porque había nacido dos meses antes. Mi hermano Juan Carlos que por aquel entonces tenía cinco años la miraba con la boca abierta y a todo respondía con un..Ah, vale.
 La excursión les duró poco, debido a mis problemas de salud tenían que hacerme algunas pruebas, así que se fueron enseguida a casa con mis tías paternas: Paquita y Elvira. 
 La que no se apartaba ni un segundo de mi, era mi madre; unas veces acompañada de mi padre, otras de mi vecina Lola, que para ella era como su hermana. Porque mi madre, no tenía hermanas, era hija única. Así que, Lola, nuestra vecina pasó a ser como un miembro más de la familia, como una hermana. Mi vecina no tenía hijos, ya que debido a una enfermedad no podía tenerlos.  Ella y su marido eran los padrinos de mi hermano Alfonso, y todos los domingos venían a casa a desayunar cargados de churros con chocolate para todos. Ese día era todo un acontecimiento digno de ver, sobre todo para el pequeño Daniel que era tan goloso que acababa con toda la cara manchada de chocolate.

No hay comentarios:

Publicar un comentario