Pasados unos meses, mi madre no tuvo más remedio que buscar trabajo. Éramos muchas bocas que alimentar, y el sueldo de mi padre no se podía estirar más. Mi abuela Clara, que vivía con nosotros nos ayudaba con su escasa pensión de viudedad, pero eso no era suficiente. Lo cierto es que mis padres hacían infinidad de cuentas para poder llegar a final de mes. Así que mi madre optó por ponerse a trabajar para sacarnos adelante dignamente.
Mi vecina Lola se había enterado que en el colegio de mis hermanos necesitaban cocineras para atender el comedor. Así que antes de que cantara un gallo, ya estaba mi madre allí para empezar a trabajar. Ni que decir tiene, que mi madre fue siempre una gran cocinera, por lo que no fue difícil que la contrataran. Así que al inicio de curso, mi madre empezó a trabajar y mis hermanos, salvo el pequeño Daniel, se quedaron a comer en el comedor escolar. Daniel y yo quedamos al cuidado de mi abuela, y de mi vecina Lola que también nos echaba una mano cuando podía.
Daniel que no estaba dispuesto a dejar su papel de rey de la casa, le dio por quitarme el chupete. Aparecía cuando sabía que yo estaba en la cuna dormida, se quedaba esperando pacientemente hasta que ya vencida totalmente por el sueño expulsaba el chupete. Entonces el lo cogía prestado y me miraba con gesto de triunfo.
-Ahora me toca a mí-decía en voz baja-que tú ya lo has tenido mucho rato.
Salía triunfante con el chupete en la boca y se asomaba a la cocina. Si no había nadie, entraba y arrimaba una silla al armario de la cocina, se subía y abría la puerta dónde estaba el tarro con el azúcar. Mojaba el chupete y se lo volvía a colocar en la boca disfrutando como si de una caramelo se tratara. Y con mi chupete en la boca, se ponía a jugar alegremente con sus juguetes. Hasta que mi abuela le sorprendía.
-¡Daniel, qué haces con el chupete de tu hermana!
-Ahora me toca a mí abuela-respondía refunfuñando.
-El chupete es de Alma-le respondía mi abuela.
-Pero ella lo tiene todo el rato.
-Ella es pequeñita.
-Y yooo-respondía Daniel justificándose.
-¿Pero no oyes como llora tu hermanita?-le preguntaba para ver si así terminaba con su manía. Mientras tanto, en la habitación de mis padres yo lloraba desconsoladamente llamando la atención para que algún alma caritativa fuese a hacerme compañía. A los pocos segundos aparecía mi abuela y Daniel.
-Toooma Alma, ahora te toca a ti- me decía como quien establece las reglas de juego.-Pero luego, cuando no lo quieras más, me lo dejas un ratito ¿vale?
Al cabo de unas semanas, y viendo que mi hermano no cejaba en su obsesión por el chupete, optaron por comprarle uno para que me dejara tranquila. Como comprenderéis, era la única solución, dado que no había forma de hacerle comprender que él no necesitaba de ningún chupete, pero los celos son los celos.